viernes, 27 de julio de 2012


ALLÍ LAS DEJO, MIRÁNDOME
No parecen del sauce ramas vivas.
De tanto mirar, sus ojos quemados
asustan a los mirlos: ya no me
cantan desde allí. Sus verdes hojas
ya no brisan mis libros cuando leo;
ni luna del sol se rompe en pedazos
cuando escribo mis versos. Una línea,
sólo una vertical línea emborrona
palabras, pensamientos de poemas
indecisos, que tímidos, ya nacen.
Así juegan conmigo. Sus acentos
me hacen soñar mis temas insalvables.
El fuerte viento canta cuando rozan
sus labios, cuando abrazan con las manos
-doloroso zigzag de su experiencia-
su acoso amurallado, entre los días.
No las corto… allí las dejo, mirándome.
Yo soy su espejo blando, cristal vivo:
su movimiento alado. Con mis besos,
las voy besando a mí mismo; sus hojas,
invisibles, allí siguen, allí,
junto a mi cesto lleno de esmeraldas.

Eulogio Díaz García

PUESTA DE SOL


Es tu cansado ritmo vespertino,
el ocaso del día que se acaba,
naciste aurora, canto que anunciaba,
tu sangre color roja del destino.
Mirabas, de tus luces, ese sino,
mi estrella que, polar, te acompañaba,
eres brillo que, en tierra, me alumbraba,
y eras verso de sol en mi camino.
Boquiabierto, me admira tu presencia,
-la noche enamorada de un lucero-,
canto suave que alegra mi existencia.
Rosa roja, en tu ocaso te venero,
de silente partida y corta ausencia,
espejo del camino que yo espero.
Eulogio Díaz García

lunes, 23 de julio de 2012


LAS TORRES ENCENDIDAS DE UNOS OJOS
que me dejan absorto en su mirada,
algo tienen que dejan abismada,
algo guardan cerrado en mil cerrojos.

Al que quieran harán caer de hinojos,
y al que amen presa ya será atrapada,
al que buscan jamás será dejada,
si olvidan soñarán con sus enojos.

Quedarán, como siempre, los veleros,
que se atrevan surcar sus níveos mares,
o entre nubes quitar quieran su velo.

Bellos ojos tras luces en sus fueros,
que dominan al mundo en sus altares,
y en mirando será entregado el cielo.
 
Eulogio Díaz García

martes, 3 de julio de 2012

NO ESTABAS AL ALCANCE DE LA MEMORIA
¡Qué sólo estabas tu, lirio blanco,
azul y blanco lirio, qué sólo estabas!,
en la hendidura del muro, aprisionado,
olvidado de la historia y de los libros.
El muro que, envejecido y muerto,
sucumbía en los embates de sus olas,
nacías donde estabas, mi lirio blanco,
o blanco y azul o azul y blanco:
brillante lirio, turquesa inasequible,
de la belleza lleno y olvido exuberante.

No estabas al alcance de la memoria,
solo a la vista, a mi vista sólo.
Te veía al pasar por allí,
se me ensanchaba el alma por tu belleza tan insólita.
Descubrí que la inmensa soledad,
la soledad del alma, no puede ser baldía en su belleza,
pero, ¿puede estar el alma sola?,
aunque a su alrededor esté la soledad, el silencio,
el íntimo estar consigo mismo, como tú, lirio del muro.

Descubrí que incluso el muro viejo
puede dar la vida entre sus grietas, sí,
en los surcos gastados de todo su tiempo, como el simple hombre.
El hombre se hace viejo, es verdad. muy viejo,
pero es como la sombra del árbol, tan extendido y tan fuerte.
Todo hombre viejo está lleno de hojas con sus ramas,
pero arriba, los pájaros cantaron siempre a sus crías y
crecieron, junto a su seguridad infinita,
en el sinuoso mar sin límite de espacio ni final horizonte,
como el barco que zarpa con su rumbo desconocido siempre.
Día a día, paso a paso, como el inolvidable poeta,
¡cuánta felicidad dio en sus días que ya no recuerda!
¡Cómo gozar en el pasado si ya está muerto!,
sólo en este momento ha de ser feliz.
…¡y qué es la felicidad!, sino el saberse vivo,
el saberse útil, el ser espejo del alma que tan solo uno tiene,
el ocupar un sitio, el único, el que nadie puede ocupar.
¡Qué grandeza ser sombra de algún ancho árbol!,
como el muro ya viejo, como el lirio inmortal
que estaba allí, tan blanco y azul, o azul y blanco.

Eulogio Díaz García