martes, 3 de julio de 2012

NO ESTABAS AL ALCANCE DE LA MEMORIA
¡Qué sólo estabas tu, lirio blanco,
azul y blanco lirio, qué sólo estabas!,
en la hendidura del muro, aprisionado,
olvidado de la historia y de los libros.
El muro que, envejecido y muerto,
sucumbía en los embates de sus olas,
nacías donde estabas, mi lirio blanco,
o blanco y azul o azul y blanco:
brillante lirio, turquesa inasequible,
de la belleza lleno y olvido exuberante.

No estabas al alcance de la memoria,
solo a la vista, a mi vista sólo.
Te veía al pasar por allí,
se me ensanchaba el alma por tu belleza tan insólita.
Descubrí que la inmensa soledad,
la soledad del alma, no puede ser baldía en su belleza,
pero, ¿puede estar el alma sola?,
aunque a su alrededor esté la soledad, el silencio,
el íntimo estar consigo mismo, como tú, lirio del muro.

Descubrí que incluso el muro viejo
puede dar la vida entre sus grietas, sí,
en los surcos gastados de todo su tiempo, como el simple hombre.
El hombre se hace viejo, es verdad. muy viejo,
pero es como la sombra del árbol, tan extendido y tan fuerte.
Todo hombre viejo está lleno de hojas con sus ramas,
pero arriba, los pájaros cantaron siempre a sus crías y
crecieron, junto a su seguridad infinita,
en el sinuoso mar sin límite de espacio ni final horizonte,
como el barco que zarpa con su rumbo desconocido siempre.
Día a día, paso a paso, como el inolvidable poeta,
¡cuánta felicidad dio en sus días que ya no recuerda!
¡Cómo gozar en el pasado si ya está muerto!,
sólo en este momento ha de ser feliz.
…¡y qué es la felicidad!, sino el saberse vivo,
el saberse útil, el ser espejo del alma que tan solo uno tiene,
el ocupar un sitio, el único, el que nadie puede ocupar.
¡Qué grandeza ser sombra de algún ancho árbol!,
como el muro ya viejo, como el lirio inmortal
que estaba allí, tan blanco y azul, o azul y blanco.

Eulogio Díaz García
 

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